Quién y dónde

55 años en la arquitecturao

El 29 de junio de 1954 Agustín Hernández se tituló por la Escuela Nacional de Arquitectura de la UNAM, por lo que este 2009 cumple 55 años de desarrollar su vocación con esmero y, sobre todo, con una enorme calidad expresiva.

El arquitecto Agustín Hernández Navarro (Ciudad de México, 1924) pertenece al selecto grupo que ha podido realizar lo que muchos otros intentan: convertir cada una de sus obras en iconos urbanos y en emblemas singulares de la arquitectura de sus ciudades. Es por el simbolismo al que recurre constantemente y por la técnica a la que nunca rehúsa que siempre habrá sorpresa y admiración al ver su producción creativa, colmada de detalles y propuestas innovadoras. Uno de los maestros de la arquitectura mexicana de mayor relevancia nos narra de propia voz que hubo que poner mucha pasión y perseverancia ya que había que superar al academicismo limitante de sus años de estudiante, y ya, siendo profesional, hacer valer sus propuestas y demostrar que eran más que fantasías personales. Para este número especial en que celebramos los 50 años de fundación del IMCYC, Construcción y Tecnología tuvo el honor de conversar con Agustín Hernández en su Taller de arquitectura, obra de la cual el prestigiado Premio Pritzker de Arquitectura 1987 Kenzo Tange (1913-2005) afirmara en una misiva que lo consideraba un proyecto brillante. Desde este emblemático edificio ubicado en Bosques de las Lomas, y donde las propuestas audaces siguen produciéndose día a día, testificamos la importancia de las creaciones de Hernández, así como su contundente relación con el concreto.

Jugando a construir
Al preguntarle sobre sus inicios o del hecho que marcó una pauta para inclinarse por el ámbito profesional de la arquitectura nos sorprende confesándonos lo siguiente. “Acabo de encontrar una fotografía mía de cuando tenía seis años y jugaba haciendo casitas o ciudades con puras cajas de cartón que me regalaba mi tía. Ahí había trenes, coches, edificios. Sin duda, creo que esos son mis inicios en la arquitectura. Aunque debo confesar que quise ser ingeniero mecánico electricista. Pero a mi mamá le gustaba la arquitectura y como mi hermano ya estudiaba, pues le pareció buena idea que fuéramos compañeros de estudio. Así, finalmente me encontré estudiando arquitectura”. No fue sencillo aterrizar ese gran cúmulo de ideas que había recolectado a lo largo de su vida. Interesado por las artes, admirador de la riqueza plástica y del comportamiento de los volúmenes y el dominio de la gravedad siempre tuvo conflictos en la escuela, porque para él, la cuestión era analizar y nutrir con algo totalmente moderno, nunca nostálgico o tradicional. “Siempre tuve problemas, porque fui rebelde. Pero tuve que disciplinarme a la moda reticular y de cuadritos de esos días para pasar mis materias. Cuando me rebelé totalmente fue cuando hice mi examen profesional [sobre un proyecto para un Centro Cultural de Arte Moderno, con el cual recibió mención honorifica]. Se trataba de un proyecto de vanguardia que aún en esta época podría ser interesante. Ya contaba con elementos formales apegados a mi intención y gusto por hacer arquitectura nacionalista no arquitectura mexicana, que es muy diferente. Puedo decir además que fui un apasionado de la arqueología y de forma práctica porque yo me iba a escarbar y buscar piezas. Por eso creo que mi aplicación de ello fue siempre en un sentido moderno”.

Obras representativas

Escuela del Ballet Folklórico de México, Ciudad de México, 1968.
• Villa Olímpica, Ciudad de México, en colaboración con Manuel González Rul, Carlos Ortega y Ramón Torres, 1968.
• Pabellón Expo-70, Osaka, Japón, 1970.
• Casa A. Hernández, Ciudad de México, 1971.
• Taller de Arquitectura, Ciudad de México, 1975.
• Conjunto Hospitalario para el IMSS en Río Magdalena, Ciudad de México, 1976.
• Heroico Colegio Militar, Ciudad de México, en colaboración con Manuel González Rul, 1976.
• Centro de meditación, Cuernavaca, 1984.
• Casa en el aire, Ciudad de México, 1991.
• Centro Corporativo Calakmul, Santa Fe, Ciudad de México, 1994.
• Edificio Administrativo de la Universidad Autónoma del Estado de México, Toluca, Estado de México, 2005.

¿Cómo fue esta búsqueda para sintetizar todo este conocimiento?
“Creo que lo más importante –aún se lo digo a mis alumnos– es saber captar el sueño, la idea. Aunque uno no sepa bien si viene de “arriba” o “abajo”. Pero hay que estar atentos porque uno no sabe si llega de una escalera, de un elevador, de un avión o del Periférico. Uno ignora de dónde llegan, pero hay que tomar inmediatamente un lápiz o plumón y empezar con un pequeño trazo para que no se olvide, porque los sueños se borran. Y entonces hay que captar esas pequeñas partículas que yo llamo el DNA de la arquitectura y ya después, habrá que desarrollarlas”.

El haber sido rebelde y original no ha sido del todo un beneficio. Para él, el no pertenecer a un estilo o corriente le ha traído ciertos conflictos y algún tipo de desencanto profesional –aunque no niega las satisfacciones–; pero tal como él nos lo indica, su arquitectura propicia que sus clientes sean muy reducidos. “Creo que de haber escogido un estilo hubiera hecho mucho dinero y construido muchas casitas. Pero mi arquitectura les da miedo a los conservadores, y no solamente hablo de los mexicanos, sino incluso extranjeros que no se atreven a habitar una obra como la que desarrollo.
Eso sí, cuando la habitan no se quieren ir; nunca han cambiado de casa. En mi caso, puedo decir que mi taller está ‘suspendido’. Creo que tomé la frase de Le Corbusier de una maquina habitable y la lleve al extremo pensando en hacer un avión habitable”.

¿Hay algunos temas u objetos que le sirvan para realizar su trabajo de escultura o arquitectura?
“Yo más bien trabajo de forma inversa; trabajo desde la arquitectura hacia la escultura. La escultura es difícil cuando uno tiene disciplina como arquitecto porque ésta no es habitable y hay muchas cosas en las que no se pueden pensar como en el caso de gravedad. Por eso la hago en mis ratos libres”.

¿Qué es lo que le seduce del concreto como materia prima de su obra?
“Su plasticidad, con la que se pueden lograr obras increíbles. Yo empecé a trabajar con cascarones de 6 cm de espesor y algunos otros que hice después en la casa de mi hermana Amalia; sin embargo, la cimbra era muy costosa. Me pasó algo similar a lo que vivió Félix Candela con sus maravillosas obras. Si existieran cimbras inflables económicas volvería a hacer cascarones porque es una forma de hacer trabajar el concreto de forma natural, contrario al esfuerzo que hace en una losa plana a la cual, incluso colocamos acero para que trabaje. Aquí, en este despacho donde nos encontramos, el concreto está trabajando postensado por unas tuercas visibles que me permiten no impermeabilizar por la densidad que adquiere el concreto al igual que la cimentación, la cual funciona como un árbol. Pero eso me gusta del concreto”.

Sabemos que hay diversas personalidades que han apreciado este emblemático lugar…
“Vienen muchas personas. Aquí les sorprende la forma en que todo fue hecho por el concreto. Siempre trato de que mis obras con este material se aprecien sus matices, sus densidades, que se expongan los agregados. Llegó a venir Teodoro González de León y le sorprendió que el plafón estuviera perfectamente pulido. Con este material –el concreto– mi ley es que hay que hacer construcciones al nivel del arte.

¿Tiene alguna anécdota que le haya sucedido con este material?
“Claro, recuerdo que hice un coraje horrible al hacer el Pabellón de México en Osaka en 1970 [descrito por el museógrafo Fernando Gamboa como un edificio moderno de inspiración prehispánica pero excelentemente funcional]. Cuando fui a Japón me encontré con la obra que habían realizado; estaba hecha con un concreto verdaderamente espantoso. Yo estaba muy confiado por las obras que conocía de Kenzo Tange y pensé que así trabajaban siempre; desafortunadamente me di cuenta que no; descubrí que en México tenemos mejores concretos que allá”.

Agustín Hernández es un personaje que define que no puede estar quieto. Sigue creando, pero sobre todo observando la naturaleza, la vegetación, los animales; obteniendo metáforas que suelen convertirse en detalles constructivos y en ejercicios creativos dignos de admiración. En su Taller, nos llama la atención una foto del arquitecto con un joven Santiago Calatrava. Nos comenta que tiene en puerta una obra nueva y la pasión con la que lo describe es aún más intrigante porque tal como lo subraya: “A mí me gusta el reto”.

¿De qué se tratan estos nuevos proyectos?
“Bueno, estamos haciendo un museo virtual en Los Cabos, para representar ahí unas pinturas rupestres maravillosas existentes en Baja California. Yo creo que están al nivel de las de Altamira [España] porque hay cosas sorprendentes de gente que desapareció y que no se sabe qué sucedió con ellos. Hay imágenes de grupos bailando, o de niños, que es algo inusual. No se sabe con exactitud si corresponden a 10,000 o 15,000 a.C. Estamos trabajando en ello y creo que será algo novedoso e interesante”.
Por otro lado, se muestra crítico y contundente pero con gran sentido del humor ante las incongruencias que se realizan bajo el auspicio de los concursos arquitectónicos como el del reciente Arco Bicentenario, en el cual participó y se vio sorprendido al ver que ganaba una torre.
Al respecto, comentó: “Mi propuesta fue, de principio, cumplir con el programa: hacer un arco que incluso el mismo presidente comentó. Propuse enfatizar ese quiebre de Reforma y generar otro eje para el transporte público para que todo el proyecto fuera un espacio público con un pequeño auditorio, que tuviera una función de kiosco en la cual podía haber un mariachi o algo similar. Ganó un proyecto que fue resuelto como lo que hizo Barragán en Monterrey, sólo que con los elementos más separados”.
Una larga relación Este creador, que afirmó que “la arquitectura de líneas y superficies se convierte en volúmenes habitados; que tiene la dimensión del tiempo, de vida y movimiento”, acota que en cada una de sus obras podría haber una anécdota singular porque en todas está presente su lenguaje y la idea de búsqueda: el Heroico Colegio Militar; la Casa Amalia; el conjunto hospitalario del IMSS en la delegación Magdalena Contreras; el Centro de Meditación en Cuernavaca; la Escuela del Ballet Folklórico de México; el corporativo Calakmul o el edificio de Rectoría del la Universidad del Estado de México (UDEM), entre otras tantas de diversas escalas y tipologías. Para él, no hay que pensar en formas sino en la comodidad de quienes habitan la arquitectura. Y para ello deberá
existir siempre un entendimiento del simbolismo, la geometría, los criterios estructurales pero sobretodo exaltar la posibilidad de potencializar sensaciones. c

Por: Gregorio B. Mendoza.
Retrato: A&S Photo/Graphics
Fotos: Cortesía Despacho Agustín Hernández.

 

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