Quién y Dónde

El maestro del
“Concreto universitario”


Orso Núñez es un arquitecto que ha dejado en la UNAM un legado pleno de amor a la obra arquitectónica pero, sobre todo, al concreto. Conozcamos un poco de su pensamiento.


La arquitectura debe hacerse para quien la va a usar, no para el goce del arquitecto mismo, ni para las revistas o la crítica. Hay que pensar en el usuario, como va a sentirse en los espacios que uno proyecta”. Con esta aseveración, el arq. Orso Núñez Ruiz-Velasco reafirma su vocación de arquitecto con preocupaciones muy legítimas. “Antes de ser puramente visual, la arquitectura es predominan-temente percepción con todos los sentidos. La arquitectura se siente; es decir, te sientes cómodo o apretado; acalorado o maravillado, pero sientes algo. Es una parte importantísima en el proyecto que yo le llamo lo sentimental”.


Orso Núñez (1944) es originario de Morelia, Michoacán, donde realizó sus primeros estudios. Después emigró a la Ciudad de México para inscribirse en 1961 a la antigua Preparatoria número 7, ubicada en la calle de República de Guatemala. “Yo fui de las últimas generaciones que estudiaban dos años de preparatoria antes de ingresar a la Universidad. Cuando salí de la prepa quería estudiar Ingeniería, aunque no lo tenía muy claro. En mi familia nunca hubo una influencia hacia la arquitectura, ni siquiera cercana, ya que mi padre era abogado. De esta manera, aun cuando mis compañeros ya se habían inscrito en la Universi-dad para estudiar una carrera, yo decidí darme un año para leer y pensar mejor mi futuro”. Sin duda, el destino tenía marcado que el joven bachiller debía ser arquitec-to. “Tenía algunos amigos que se inscribieron en la entonces Escuela Nacional de Arquitectura (ENA) de la UNAM y ocasionalmente me pedían que los ayudara a dibujar sus trabajos escolares, pues no se daban a basto con tanta carga de trabajo que les dejaban y sabían que yo era buen dibujante y tenía mucho tiempo libre. Después de ese primer año dibujando para otros, además de ganar un di-nerito extra, me di cuenta de mi verdadera vocación: yo quería ser arquitecto. No lo dudé nunca más” Corría el año de 1963 y después de algunos viajes, horas interminables de lectura y mucho dibujo, el joven Núñez ingresó a la Escuela de Ar-quitectura, donde tuvo maestros que lo marcaron fuertemente para toda su vida, como la inolvidable Pepita Saizó, con quien inició su labor docente como ayudante en su clase de octavo semestre. Tam-bién recuerda gratamente a Carlos Mijares Bracho como el maestro más analítico e inteligente de su época, así como a Jesús Aguirre Cárdenas quien era tan claro en su cátedra que decía: “El alumno que me siga con atención en cada clase no necesitará estudiar para su examen final. Con lo escuchado será suficiente”.


Una vez titulado hacia 1970, Orso Núñez inició su labor profe-sional trabajando para el entonces Departamento del Distrito Federal. “No aguanté más que dos meses. Me ‘negreaban’ durísimo, hasta altas horas de la noche, por lo que me vi obligado a renunciar”. Des-pués de casi un año de pequeños encargos privados, ingresó a la Dirección de Obras de la UNAM como dibujante iniciando así una prolífica labor docente que se pro-longaría por 35 años. “En Obras también me ‘negrearon’; pero al contrario de mi trabajo en el DDF, aquí si sirvió de mucho, pues pude demostrar mi capacidad. Me pedían de todo y yo lo resolvía. Hubo un momento en que yo hacía prácticamente todo lo que ahí se producía, en cualquier escala”. En 1972, Orso Núñez fue ascendido a Jefe del Taller de Proyectos con varios dibujantes a su cargo. Para 1973 ya era Director de Proyectos de la Dirección de Obras de la UNAM. Llegaron entonces las feli-ces coincidencias, pues el flamante rector de la UNAM, el doctor Guillermo Soberón emprendió una política de descentralización de las instalaciones de la UNAM y fue entonces cuando surgieron –y fueron construidos– los Colegios de Ciencias y Humanidades (CCH), las Facultades de Estudios Supe-riores (ENEP), así como decenas de institutos de investigación en varios sitios del país, como el Ob-servatorio Astronómico Nacional del Instituto de Astronomía en San Pedro Mártir, Baja California Sur.


La Dirección de Proyectos a cargo de Orso Núñez diseñó todos estos edificios con un sello distin-tivo: el concreto aparente, (que muchos cariñosamente todavía le llaman el ‘concreto universitario’) no sólo en la estructura, sino en grandes superficies de fachada. “Mi preferencia por el concreto nació desde que era estudiante. Cuando tuve la oportunidad, deci-dí utilizarlo en grandes proporcio-nes en mi trabajo profesional”.


De acuerdo a la opinión del arquitecto, el concreto le otorga al diseñador grandes posibilida-des de explotar plásticamente la volumetría del edificio, además de otorgarle variaciones en la textu-ra de fachadas, columnas, pisos, etc. a través de los agregados y la cimbra. Por otra parte, hay un elemento inseparable del concreto pensado con fines estéticos: la luz del sol. “La luz natural es la pareja por excelencia del concreto. De acuerdo al asoleamiento del edi-ficio, la luz solar moldea en tonos definidos el color del concreto. Si usas paramentos rectos no hay medios tonos; si usas curvas, hay matices. Esto es algo que el vidrio, por ejemplo, no puede lograr. Los claroscuros que aparecen hablan del tiempo, pues cambia la apa-riencia de acuerdo a la hora del día. Además, es muy económico. Prácticamente no requiere man-tenimiento, o tal vez cada 30 o 40 años, como en el Centro Cultural Universitario”.


Efectivamente, fue en 1976, al final del primer periodo del Rec-tor Soberón cuando llega el más importante de estos proyectos: el Centro Cultural Universitario. “Hicimos un Plan Maestro muy ambicioso que incluía un proyecto cultural realmente integral pues cubríamos todas las manifestacio-nes artísticas en un solo conjunto: música, teatro, danza, cine, litera-tura, e incluso un gran museo de arte que nunca se construyó y que no tiene nada que ver con lo que se puso después. Nos asesoramos de los más importantes exponentes del momento como Eduardo Mata y Jorge Velasco”. Sin embargo, por los tiempos políticos, hacia 1976 solo se construyó en una primera etapa la Sala Nezahualcóyotl, sede de la Orquesta Filarmónica de la UNAM. Ya en el segundo perio-do del Rector Soberón se pudo continuar con las restantes obras, siendo la segunda en concluir el Teatro Juan Ruiz de Alarcón, y así hasta dejar en 1981 concluido un 80% del proyecto original. “El concreto aparente fue también un protagonista en los interiores de los recintos, pues descubrimos el maravilloso contraste que hace con materiales y acabados finos como pisos y lambrines de madera, alfombras, tapicería de muebles, etc. Lo áspero del concreto y lo fino de la madera hicieron un muy buen maridaje”.


Tras un breve periodo de prácti-ca privada, Orso Núñez incursionó en la arquitectura de hospitales cuando asumió la Dirección de Obras y Proyectos de la Secre-taría de Salud Federal en 1982, haciendo equipo nuevamente con Guillermo Soberón, ahora como Secretario correspondiente. De esta etapa encontramos su pro-yecto para el Instituto Nacional de Salud Pública. Concluido el sexenio, en 1988 Núñez regresó nuevamente a la práctica priva-da para no dejarla más. Vendrán nuevos encargos muy importantes como el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional del Centro Cultural Universitario (1995, de cuya primera etapa también es autor), el Archivo y la Biblioteca del Estado de Chiapas (1999), la restauración del Teatro Ocampo en su natal Morelia (2001) y hasta una pequeña sala de conciertos en Naples, Florida, entre otros.


La importancia del contexto


Para Orso Núñez, la integración a un contexto urbano o natural es fundamental en la arquitectura. “No puedes negar lo que existe, no importa si es un edificio veci-no, la traza urbana, el clima, una vista. Existe y tienes que trabajar y dialogar con eso, incluso a partir del contraste. Contrastar no sig-nifica que tienes que olvidarte de todo y hacer lo que sea; al revés, a partir de una forma existente que pudiera ser predominantemente horizontal, propones algo vertical; si el entorno es confuso; propones orden. Al final al contrastar necesi-tas partir de una lectura de lo que existe, entonces sí tomas en cuen-ta a tu entorno”. Por otra parte, su postura frente a la integración a una imagen urbana es también muy clara: “Los buenos edificios que estaban ahí antes de que lle-garas con tu proyecto ya tienen su valor y hay que tomar una postura de respeto frente a ellos. Tu pro-yecto no tiene porque ser igual, al contrario, eso es muy burdo. Hay que integrarse inteligentemente ¿Cómo? Hay muchas estrategias: texturas, materiales, alturas, ejes de composición, remates visuales. Lo que mejor le quede a cada pro-yecto”, afirma Núñez.


Feliz en su tiempo


Al preguntarle sus influencias en su trabajo arquitectónico, Orso Núñez es muy contundente. Sin dudar un segundo responde: Kenzo Tange y Paul Rudolph. “Son dos arquitectos que me han influido desde que era estudiante; son como de mis tiempos” responde con una sonrisa. “Sin embargo, me encanta esta época. Ahora no podría decirte cuales arquitectos me gustan porque son muchísimos y cada día veo nuevas cosas que me entusiasman. Me gusta que ahora hayan sido rotos muchos esquemas, muchos paradigmas. Eso no sucedía cuando estudiaba o empezaba a trabajar, donde ha-bía muchos dogmas rígidos. Estoy muy feliz con estos tiempos”.


 

Texto: Armando Carranco

Fotos: a&s photo/graphics

 

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