Punto de fuga

El eterno Retorno


De unos años a la fecha, hablamos de sustentabilidad porque el daño causado al planeta nos ha obligado a abordar lo más eficientemente posible esta temática. Sin embargo, no debemos considerar que sólo a partir del siglo XIX y de la industrialización, la tierra comenzó a sufrir. Desde tiempos remotos el hombre, en su afán constructivo, –válido e ineludible– ha tenido que tomar de la naturaleza la materia para erigir casas, templos y ciudades.


En este sentido, es de todos sabido que algunas de las más importantes ciudades de la cultura maya –donde por cierto, se usó un tipo de concreto–, tuvieron que ser abandonadas por la debacle ecológica que sus moradores habían creado, por un lado, por el sistema de agricultura de tala y roza, así como por la necesidad de contar con cal para enlucir sus edificios y poderles poner esa policromía que aún podemos admirar en murales como los de Bonampak. Todo tiene un precio, ni duda cabe; pero también, el pasado nos demuestra que la tierra vive en eterna situación cíclica.


La geografía histórica es la ciencia encargada de comprender cómo el entorno natural ha influido en las culturas y viceversa. En El largo verano. De la era glacial a nuestros días, de Brian Fagan, queda constancia de cómo la historia de la tierra y de sus habitantes se da en un transcurrir cíclico. Desde la mítica Ur, en Mesopotamia, que cayó ante una catástrofe ambiental, a los tsunamis recientes, todo está conectado. Así, los siglos se unen. ¿Cuál es la diferencia? La respuesta: Que hoy tenemos una comunicación infinita que nos permite conocer y aplicar lo que en otros lados está funcionando en materia de minimización del impacto ecológico.


 

Autor:Gabriela Celis Navarro

 

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