Entrevista con Agustín Hernández
 

Adriana Reyes

De chico me gustaba jugar a hacer cosas mecánicas y eléctricas; mi intención era estudiar ingeniería mecánica y eléctrica, pero mi hermano cursaba arquitectura y mi mamá se impuso para que estudiara lo mismo"; así refiere Agustín Hernández las circunstancias que lo llevaron a ser arquitecto. Platica que su madre hacía sus propios planos:"... ella construía con sus albañiles, le gustaba la arquitectura, decía que ser arquitectos era la manera de ser independientes, de no tener jefes".

El tiempo transcurrió, pasó el primer año de la carrera y el segundo, "con gran resistencia", recuerda. Luego le empezó a gustar la arquitectura y nació su idea inventiva, que es siempre hacer algo diferente, tanto funcional como estructuralmente. "Ese ha sido mi camino, la búsqueda de lo original, lo nunca realizado", resume. Y agrega: "Para mí, la estructura es un factor determinante: forma y función son únicas, no puede vivir la una sin la otra; es como en todas las organizaciones vegetales".

Agustín Hernández terminó la carrera; se recibió presentando como tesis el proyecto de un centro de cultura de arte moderno, el cual "fue muy aceptado por gente como Diego Rivera y el doctor Atl; tenía un toque nacionalista", señala. A su juicio, no pudo llevarlo a la práctica porque los clientes eran conservadores, pero poco a poco empezó a valorarse y aceptarse su propuesta, gracias a que contó con una clientela "más valiente, gente con el deseo de no repetir lo ya usado y buscar algo vanguardista".

Sus intenciones han sido desde entonces buscar aquello que se pueda rescatar y ser funcional para crear una arquitectura genuina, nacionalista, que tenga proyección universal.

Los materiales, el simbolismo

"Yo tengo un anteproyecto y ese pide el material;

por ejemplo, La Casa en el Aire requería que el soporte fuera concreto; pero utilizar sólo concreto hubiera resultado muy caro y no hubiera dado la idea de concreto a presión. Siempre he buscado los materiales para que trabajen como debe ser", dice, refiriéndose a una construcción que, a juicio de la arquitecta Adriana Bañuelos, ha transgredido cualquier analogía y demuestra ante una devaluada modernidad que existen obras de gran valía.

La casa se erige sobre dos placas de concreto para permitir la penetración horizontal de varios volúmenes desfasados dentro de exactas perforaciones circulares que se suspenden en asombroso equilibrio: la casa se proyecta en el aire. Al manejarse pocos materiales para su ejecución -acero y concreto-, se logró que al término de la obra se pudieran apreciar exteriores limpios que contrastan en su interior con el empleo de la madera, que brinda un ambiente acogedor a sus habitantes.

Al preguntársele sobre el concreto, expresa: "Me encanta, dicen que la arquitectura parece escultura; en esos términos, el concreto da unidad a todo". Del simbolismo, arquitectura nacionalista, dice: "El diseño del Colegio Militar está basado en los centros ceremoniales prehispánicos, una conjugación de espacios abiertos, plazas, escalinatas.

Tiene una similitud espacial con sitios como pueden ser Montealbán o Teotihuacán, pero siempre buscando no extraer nada más las formas, sino rescatar las formas como una función adecuada de cada edificio.

-¿Sus obras preferidas?

Difícil pregunta.

-¿Mi taller, tal vez?

-responde, y argumenta

:- será porque vivo todo el día aquí.

Su taller es un desafío a la geometría y a la gravedad. Conjuga cuatro prismas de concreto con agregados de mármol -dos a compresión y dos a presión, dos pulidos y dos martelinados- en pro de un equilibrio estructural y de una coherencia en sus espacios interiores. Para los conocedores, el taller y su expresión llevan la certeza del dominio de la técnica, del análisis, del estudio de nuestra cultura, de lo que somos y sentimos los mexicanos. Hernández concibió este proyecto a la orilla del mar, teniendo presente la imagen de un árbol, de una palapa.

Entre sus obras preferidas, el arquitecto también destaca el Colegio Militar, concebido hace más de 25 años, "porque realmente en México hay dos o tres conjuntos que valen la pena, uno de ellos es la Ciudad Universitaria; el Colegio Militar es un conjunto urbano que tiene mucho valor".

De las casas-habitación, rescata La Casa en el Aire, y de los edificios, el corporativo Calakmul, en Santa Fe. De este último, comenta que da una imagen de un simbolismo fabuloso: el cuadrado es la tierra, y el círculo, el cielo. "Son símbolos que han existido a través del tiempo y el espacio: en la época de Zoroastro, en los países islámicos, entre los mayas, los chinos, los aztecas, etc.

Es increíble la abstracción de esa unidad; en ese edificio, a veces parece que hay una esfera dentro de un cubo". El corporativo Calakmul ha obtenido reconocimientos internacionales diversos: por la aplicación del vidrio, a los mejores precolados de concreto, el primer premio como edificio inteligente, y más. "Es de los pocos edificios que no tienen reja por fuera, se incorpora a la calle", dice su autor.

-¿Por qué esas estructuras?

-El ojo del hombre ha cambiado tanto que hoy demanda algo más dinámico en la forma, y por supuesto que hay formas que invitan a la acción y otras al reposo.

¿Arquitectura o construcción?

Mirando hacia atrás, Agustín Hernández recuerda cómo le costó la aceptación de sus proyectos:

"A mi mamá no le gustaba lo que yo hacía. Me decía: 'Agustín, qué bárbaro, ¿qué hiciste?' No le hice caso y continué en mi línea". "Cuando iba a hacer la casa de Amalia, mi hermana, le dijeron: '¿Cómo es posible que te vaya a hacer esa barbaridad?', y Amalia contestó: 'Déjenlo que se divierta'. Y fue la casa que más trabajo me costó", comenta. Se trata de una construcción con una complejidad volumétrica que combina diversas alturas, interiores curvos y, en sus fachadas, un módulo prismático triangular en el que se generan bóvedas que mantienen el equilibrio entre sus formas para enriquecer el lenguaje arquitectónico.

En estas anécdotas personales se apoya para establecer la diferencia entre una obra arquitectónica y una construcción: "En todas las ciudades, 90 por ciento es construcción y 10 por ciento arquitectura. La arquitectura es elevar la construcción al nivel del arte, no podemos llamar arquitectura a un edificio X; serían construcciones que podría hacer un ingeniero, no un arquitecto, incluso un ama de casa: mi mamá hacía proyectos y los albañiles los construían.

Lo que hacía mi mamá no era arquitectura, eran construcciones", concluye. Reconoce que la arquitectura depende mucho de la economía, y no es optimista respecto a sus perspectivas en las actuales circunstancias de nuestro país:

"En estos momentos del TLC, vamos a tener arquitectos americanos trayendo un paquete completo de inversión, y los arquitectos mexicanos iremos siendo desplazados; la gente va a buscar el máximo rendimiento, ya no le va a importar la estética de un edificio sino cuánto le puede producir de renta: se hará de la arquitectura un comercio".

Actualmente, Agustín Hernández está trabajando en un proyecto para un laboratorio y una unidad habitacional para sus trabajadores en Yucatán.
De las casas adelanta que tienen forma de caracol, y del concepto, vuelve a pensar en el desarrollo urbano. Él continúa haciendo arquitectura.

La uniformidad no le gusta. Agustín Hernández recrea aquellos símbolos capaces de albergar las actividades humanas: taludes, grecas y cruces prehispánicas; arcos conventuales, triángulos, cuadrados, círculos. Va en busca de las diferentes formas que cobran nueva vida en barro, acero, concreto, aluminio; estructuras que dialogan con la naturaleza y el pasado en una tácita invitación al futuro. .

Instituto Mexicano del Cemento y del Concreto, A.C.
Revista Construcción y Tecnología

Mayo 2001
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