Oscar Niemeyer
El Arquitecto de la línea curva

Por Enrique Chao

El gran arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, en la jovialidad de sus 95 años, sigue nutriendo la imaginación de los espacios. Sus proyectos son ahora tan audaces como cuando tenía 20 años. Últimamente ha proyectado para la famosa Costa Amal- Amalfitana fitana fitana, en Ravello, Italia, un pueblo situado a 360 metros de altura sobre la colina que domina Amalfi, un maravilloso auditorio que se inserta en el paisaje de Ravello como un signo distintivo “pero no disonante”, que será concluido en el 2005.
El trazo inusitado del auditorio, que costará alrededor de 13 millones de euros ha despertado polémicas. Se trata de un gran aposento abierto sobre el paisaje, delimitado por un muro curvo de concreto. Adentro, se acomoda el escenario, los lugares, el entresuelo y la cabina de proyección. La obra aprovecha el declive natural del terreno para disponer las 500 butacas diseñadas por el propio arquitecto, mientras que la orquesta y el vestíbulo se alojan en una saliente sobre el vacío. Niemeyer ha proyectado, además, una plaza, un lugar de encuentro, para disfrutar el panorama que, a la vez, servirá para extender una visión más amplia del edificio y una mejor relación de esta arquitectura contemporánea con las calles de una ciudad que destaca por su característico estilo árabe-normando.

EL OJO DEL ARQUITECTO

Otra obra reciente de Niemeyer es el NovoMuseu (o Museo Niemeyer), el museo más grande de Latinoamérica, el centro de la cultura del Paraná, con 144 mil m2, incluyendo un bosque y la aldea de la cultura, con 30 mil m2 de área construida. Invitado por el gobierno del Paraná, el arquitecto aceptó modificar el Edificio Castello Branco, y levantó una estructura de concreto armado, dándole forma de ojo, la cual abriga un pasillo monumental de 2,100 m2 de exposiciones.

Es un gran constructor, pero tal vez hoy día sea más un personaje porque cuesta comprender sus logros. No ha sido sólo un autor de formas sensuales, ha sido un arquitecto que pensaba como un ingeniero”. Paulo Mendes da Rocha.

El Ojo anexado a la estructura previa es una edificación elevada, en doble balance, con 70 m de ancho y 30 de largo, con una cubierta en forma parabólica apoyada en un elemento central de 21 metros de altura, todo de concreto preesforzado. Un pasaje subterráneo comunica a los dos predios y los elevadores llevan a los visitantes a una sala de exposiciones de 2,100 m2 y a otra más en el piso inferior de 900 m2.

La fachada fue revestida con vidrio, por lo que todo parece flotar sobre un espejo de agua. Arquitectura, Artes Plásticas, Diseño y Urbanismo son las disciplinas que se hospedan permanentemente en ese recinto de lujo, del que todos los habitantes de la región se sienten orgullosos.
El proyecto fue iniciativa del gobernador de la entidad, Jaime Lerner, quien quiso cambiar a la escuela existente por un museo de arte: “Tenía razón –acepta Niemeyer-. La escuela que yo proyecté hace muchos años se prestaba perfectamente para eso. Era Bonita, suspendida por pilotes y tan actualizada estructuralmente que sus apoyos tenían vanos de 30 a 60 metros. Mi primera idea fue dibujar un nuevo museo en su parte superior, con la misma audacia estructural que distinguía a aquella construcción”.

CASI UN SIGLO EN LA VANGUARDIA

El arquitecto más famoso del mundo no recuerda cuantos premios le han conferido; ni quiere saber cuántos libros se han escrito sobre su persona. Sobre todos los materiales, ha declarado que prefiere al concreto sobre el metal, y por encima de la recta exalta la línea curva. Para evitar influencias, no lee sobre arquitectura. Aclara que no es millonario. Tiene 95 años y no está enfermo. No esconde su comunismo ni su ateismo, aunque ha construido magníficas iglesias, mezquitas, sinagogas y catedrales:
“Cuando proyecto una iglesia pienso siempre en aquellos que creen en Dios, en los que en ella se recogerán con su esperanza, en los que van a rezar allí”. Cuando diseñó la Catedral de Brasilia, destinó espacios de transparencia entre los vitrales, “para que los más devotos sintieran que, en esos espacios abiertos al infinito, estaría Dios esperándolos”.

EL EJE DE LAS CURVAS

Oscar Niemeyer, o más bien, Óscar de Almeida Soares Filho, nació hace casi cien años (en 1907), sobre el lado más ondulado de las colinas de Río de Janeiro. El famoso arquitecto franco-suizo Le Corbusier, con quien tuvo la fortuna de colaborar le recordaba: “Tienes en la retina de tus ojos impregnada la figura de las montañas de Río; son las lúbricas evocaciones del cuerpo femenino, tendido, redondo”. Después de graduarse en la Escola Nacional de Belas Artes en Rio de Janeiro (1934), Niemeyer se sumó a otros arquitectos brasileños, entusiasmados por los nuevos materiales, como el concreto. En esas fechas participó en la construcción del nuevo Ministerio de Educación de Río de Janeiro. Esa experiencia lo marcó para toda la vida. Aunque Niemeyer lo niega: “Pienso que Le Corbusier fue, en efecto, un arquitecto muy importante. Pero mi arquitectura ha sido diferente a la suya... Creo que la única influencia que tuve de él fue el día que me dijo:

‘La arquitectura es invención’. Eso lo tomé como una máxima en mi trabajo”. Niemeyer destaca que para él “la vida es más importante que la arquitectura”, y la curva, la línea de la vida. “Lo que me atrae es la curva libre y sensual. Las curvas que encuentro en las montañas de mi país, en el curso sinuoso de sus ríos. En el mar. En las nubes. En el cuerpo de la mujer deseada...”

Confiesa que siempre ha querido ser escritor, pero, sin escribir una línea siquiera, ha demostrado ser un poeta,”“a lo mejor por eso he vivido tanto”. Aunque asevera que lo que lo mantiene vivo es la actividad continua, diaria. Se conocen de él más de 500 proyectos en más de 15 países, y aún no muestra signos de cansancio ni de querer colgar la escuadra. Todavía vigila sus obras y cuida los detalles.

UNA VIDA ALREDEDOR DEL CONCRETO

El carácter escultural de su obra ha sido un logro gracias a una sabia utilización del concreto armado para obtener volúmenes arquitectónicos de gran riqueza formal. Es tal la importancia del concreto armado en su obra que en el discurso de aceptación del Premio Pritzker en 1988, el más codiciado en la comunidad de arquitectos, Niemeyer elogió a este material: “Primero fueron los muros de piedra; luego los arcos, después los domos y las bóvedas. Y en la búsqueda de espacios más amplios, el concreto reforzado le dio alas a la imaginación, y la arquitectura pudo darle vuelo a las formas”.
El concreto es un resorte para la fantasía, ya que integra a la arquitectura y permite ir más lejos de las barreras monótonas y las soluciones repetitivas que impone el racionalismo. El afán por materializar sus conceptos de belleza llevaron a Niemeyer al concreto, un elemento “sorpresa” que hace que la arquitectura se convierta en una obra de arte imbuida de tecnología.

EL DESPEGUE DE PAMPULHA

Niemeyer comenzó a trabajar con Lúcio Costa, quien encabezaba la vanguardia en Latinoamérica, y con quien, más tarde, va a delinear la epopeya arquitectónica de Brasilia. En 1939, ambos realizaron el pabellón brasileño para la Feria Mundial de Nueva York, y en 1943 la residencia Peixoto. En esos años (entre 1938 y 1941), Juscelino Kubitschek de Oliveira, alcalde de Belo Horizonte, y más tarde presidente de Brasil, le encargó a Niemeyer la urbanización de Pampulha:
“…fue la primera obra que Juscelino llevó a cabo como funcionario público y también mi primer trabajo de arquitecto”. El resultado fue un fabuloso conjunto donde armonizaron la pintura y la escultura con la arquitectura, en un estilo muy personal e imaginativo (bóvedas parabólicas y muros inclinados) que contrastaba con el racionalismo imperante. Sin embargo, uno de los edificios causó irritación a las autoridades eclesiásticas, la iglesia de San Francisco; tan radical en su estructura que su consagración se pospuso 16 años.
En el Club Pampulha, Niemeyer utilizó un perfil de inclinación central, con mucho concreto. Su obra cumbre es el Salón de Baile, de donde se desprende una ondulada marquesina de concreto armado, apoyada en una sola línea de pilares que, más adelante, remata en un pequeño bar. “En Pampulha –evoca Niemeyer- comencé a realizar la arquitectura que más me gusta, la más relacionada con la curva, la más emocional, la que trata de lograr la invención arquitectónica”.
El conjunto expresa un ritmo exuberante, inspirado por los bailes afrobrasileños y la música de Samba, con movimientos a veces frenéticos pero con más frecuencia ecuánimes y sensuales. En 1947, Niemeyer representó a Brasil con el edificio de las Naciones Unidas en Nueva York, y tuvo oportunidad de colaborar de nuevo, en otro plan, con Le Corbusier.

UNA CIUDAD DE LA NADA

Con el propósito de descongestionar a la superpoblada Río de Janeiro, anterior capital del país, Brasilia empezó a construirse a principios de 1957 en una región desolada. La nueva capital, desde 1960, está situada en el sector central del sur, en una región semidesértica, sobre una meseta a 1.005 m de altura, y goza de un clima templado y seco. Se comunica con el resto del país mediante ferrocarril y una amplia red de autopistas. La urbe se sitúa en el lindero de la utopía (“una utopía tecnológica que concibe el orden humano a partir de un esquema de comportamiento simple, abstracto y racional”) y se extiende como centro simbólico del anhelo de Brasil por el futuro y
la prosperidad.
Brasilia fue proyectada como la silueta de un avión: La parte del fuselaje, constituye el eje principal de la ciudad, donde se concentran las dependencias del gobierno, mientras que en las alas se levantan los edificios de las embajadas y la zona residencial.
La parte de la cabina aloja la plaza de los Tres Poderes, donde está la Catedral. La residencia del presidente, el palacio del Amanecer (o Palacio de la Alvorada), se ubica en la ribera de un lago artificial formado por la presa del río Paraná que circunda a la metrópoli.

UNA CIUDAD EN TRES AÑOS

Cuando Niemeyer convirtió su propia residencia, la Casa das Canoas, en una piedra angular de la arquitectura contemporánea, el presidente de Brasil le pidió que se encargara, como asesor, de Nova Cap, la entidad encargada de hacer de Brasilia la nueva capital del país: “Juscelino vino a mi casa y me dijo: ‘Oscar, ahora lo que vamos a construir es la nueva capital’”. Sin programa, ni elementos de trabajo, Brasilia se construyó rápidamente... “Por primera vez en la historia se había construido una ciudad en tres años…; una ciudad con sus plazas, sus calles; fue algo fantástico. Le dio una idea al pueblo brasileño de que podía lograr lo que se propusiera”.
En el proyecto, el Congreso simboliza el equilibrio e independencia de poderes: Sobre una placa hundida, para no interferir visualmente el eje monumental, Niemeyer colocó al centro un doble edificio de oficinas. A los costados situó dos cúpulas: una invertida, destinada a la sala de Diputados, y otra normal, para el Senado. “Las cúpulas obligan al concreto a trabajar a tracción, contra su propia lógica”.
El Palacio de la Alvorada, y sus arcadas, son el emblema de Brasilia. En ese edificio logró transmitir, con los pilares curvos, un efecto de levedad. También son memorables el Supremo Tribunal Federal y la Capilla Presidencial. Pero lo que llega al corazón es la Catedral Metropolitana; de planta circular, levanta de su base simultáneamente 16 columnas convexas de concreto que ascienden hacia el centro, como las manos de un sacerdote al momento de la consagración...

EL EXILIO

A mediados de los años 1960 se impuso en Brasil una dictadura militar. Ante ello, y debido a su militancia en el partido comunista, Niemeyer huyó a Francia: “Me tuve que ir al extranjero porque no podía lidiar con esa gente”. De Gaulle extendió un decreto para que pudiera ejercer en ese país como arquitecto francés: “Trabajé en Francia, Argelia, Italia, y difundí mi arquitectura”.
Durante esos años proyectó obras de gran importancia, como la Universidad de Constantine, en Argelia (1969), la sede del Partido Comunista, en Francia (1965- 1980), y el Centro Cultural de Le Havre (1972); los locales de la editorial Mondadori de Milán, en Italia, y en Nueva York unas casas y edificios en los que la curva juega un rol central. De regreso al Brasil, cuando ya se respiraban otros aires, retomó la cátedra en la Universidad de Río de Janeiro (1987) y realizó, en Sao Paulo, el “Memorial de la América Latina” (en cuya entrada aparece una mano que sangra un mapa con la forma del continente).

LA NAVE ESPACIAL

Entre sus obras más aclamadas se menciona el Museu de Arte Contemporânea de Niteroi, Brasil (1991). Una obra sin precedentes. En un documental, los realizadores aprovecharon la imagen de ovni que tiene el Museo e hicieron que se desplazara por la jungla amazónica hasta la bahía de Niteroi, donde aterrizó. Un hombrecito, moreno, de frente grande, sin antenas, y con ojos muy penetrantes, el propio Niemeyer, crece en la pantalla: “Mi nombre es Oscar Ribeiro de Almeida de Niemeyer Soares. Ribeiro y Soares, de origen Portugués, Almeida, árabe, y Niemeyer, alemán”.
El museo, es cosa de otro mundo: parece una gigantesca nave espacial que se hubiera posado sobre el maravilloso paisaje de la ciudad de Río de Janeiro o una flor descomunal que habría brotado de las entrañas de la tierra, que es, más bien, la idea original del arquitecto”.

LAS HUELLAS DE NIEMEYER

Los herederos de su estética, y de su visión social y política de la arquitectura dentro de Brasil, no dejan de venerarlo. Paulo Mendes da Rocha, de la escuela paulista de arquitectura, reconoció que Niemeyer es un modelo para los arquitectos brasileños, pero no porque copien sus formas. “No se copia a un artista, se emula su actitud de hombre capaz de inventar. Ésa es su gran lección. Para nosotros es una expresión muy fértil de la imaginación humana en un país que es todo un continente nuevo. América surge para el mundo como una esperanza y Niemeyer ha sido un artista capaz de inventar las formas que muestran que todo es posible”.

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