Una historia sin fin
Por Dulce María Barrios

El inicio

En el inicio del último siglo convergieron los diversos acontecimientos que propiciaron el encuentro: la concentración de la población en las ciudades, derivada de la Revolución Industrial; el avance tecnológico producto de los principios generados en la Ilustración; la carencia de un estilo arquitectónico propio del periodo que se manifestó en el eclecticismo de sus obras, y la proliferación de nuevas teorías estéticas como el cubismo y el dadaísmo, entre otras, que intentaron explicar la naturaleza y la función del arte.

Más cercanos a la arquitectura y al concreto se encuentran la necesidad de un mejor aprovechamiento del espacio en las ciudades; la aparición del concepto de diseño en la Deutscher Werbund, fundada en 1907; la modificación del concepto de arquitectura, a cuyo valor estético, hasta entonces predominante, se agrega el valor de utilidad, y, un poco más tarde (1923), los preceptos de Le Corbusier vertidos en su obra Hacia una arquitectura, entre los que se destacan los siguientes:

  • La arquitectura debe someterse al control de los trazados geométricos reguladores.
  • Los medios de la nueva arquitectura son las relaciones que ennoblecen los materiales en bruto, el exterior como proyección del interior, la forma de la naturaleza como pura creación espiritual.
  • Las variaciones en los presupuestos económicos y técnicos llevan necesariamente a una revolución arquitectónica.

En cuatro tiempos se describen el encuentro y el desencuentro de la arquitectura mexicana con uno de los materiales más plásticos que el hombre ha inventado: el concreto. Durante el siglo XX, la arquitectura y el concreto protagonizaron una estrecha relación, similar a la de una pareja; esta historia no fue siempre feliz, como las relatadas por la literatura romántica del siglo XIX, sino más real, como las que los autores y la cinematografía de la época produjeron con base en el conocimiento de la naturaleza humana.

Por sus cualidades, el concreto cubrió los requisitos para resolver las necesidades de la nueva arquitectura. Al conjuntarse las potencialidades y los ideales de ambos, se dieron las condiciones para la unión.

Se requería, sin embargo, la aprobación de la sociedad, sobre todo en un país tradicionalista como es México. Por fortuna, los acontecimientos locales también auspiciaron este encuentro. La Revolución Mexicana cambió las demandas de arquitectura, que se alejaron de las suntuosas casas de la "aristocracia" porfirista y de los edificios públicos emblemáticos del poder, realizados por arquitectos nacionales o extranjeros -Rivas Mercado, Nicolás y Federico Mariscal, Contri, Boari - formados bajo el paradigma de la École des Beaux Arts. Atrás quedó un plan de estudios basado fundamentalmente en el conocimiento y el dibujo de los estilos pretéritos (Alva, 1983) con el fin de dotar a los arquitectos de un repertorio de elementos decorativos con los cuales pudieran adornar sus fachadas, realizadas en piedra.

El positivismo, doctrina que rigió la educación superior en el porfiriato, fomentó un espíritu cientificista hasta en la arquitectura. La revista Arte y Ciencia, fundada por Nicolás Mariscal en 1899, publicó artículos, técnicos en su mayor parte, pero relativos a aspectos de higiene y del acero, material que también se utilizó para construir los edificios del periodo. El cemento Gibs y el Hammer se utilizaron sólo en las industrias del mosaico y la piedra artificial (Katzman,1963).

El gobierno posrevolucionario tuvo el compromiso de resolver los problemas más urgentes de la gran masa popular que lo había conducido al triunfo. Los géneros prioritarios fueron entonces las escuelas y los hospitales, cuyos requerimientos específicos, junto con los principios de la arquitectura funcionalista, de los nuevos planes de estudios de la Escuela Nacional de Arquitectura, creada en 1929, y, desde luego, el uso del concreto como material principal, fundamentaron su realización.

Sin embargo, en la arquitectura privada el uso del concreto tuvo un camino más azaroso. En 1898, la cimentación de la casa Boker se hizo con un emparrillado de hierro sobre el cual se colocó una capa de bultos de cemento de dos metros de espesor. En 1902, Ángel Ortiz Monasterio introdujo en México el sistema francés Hennebique, con el cual se inició la construcción de elementos estructurales aislados. Aún no se establecía la relación entre el diseño arquitectónico y las potencialidades del concreto.

En cuanto a la construcción de vivienda privada, los usuarios de clase media no estuvieron convencidos, ni de las bondades del concreto, ni del resultado estético que el funcionalismo aportó, por lo que hasta los años treinta fue frecuente encontrar casas construidas con muros de tepetate o tabique y techos de vigas de madera y ladrillo. Para facilitar su aceptación, fue necesario agregar ingredientes ornamentales, lo que dio origen al empleo de los estilos californiano y art déco para casas de mayor estatus construidas ya con losas de concreto armado.

La plenitud

Una nueva etapa político-social se inició en los años treinta con el gobierno de Lázaro Cárdenas, que consolidó la rectoría del Estado con la intención de atenuar las desigualdades sociales. Acciones tales como la reforma agraria, la formación de los sindicatos y un gran impulso a la educación fueron los medios que utilizó para lograrlo.

Con estas bases se consolidó el Partido Revolucionario Institucional, que durante los siguientes 30 años -con las presidencias de Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz - impulsó un modelo, llamado desarrollista, que buscó el crecimiento económico del país.

A partir de 1940, el Estado dedicó entre 40 y 50% del gasto público a la construcción de la infraestructura requerida para la industria, actividad que el modelo postulaba como la clave del crecimiento económico. Carreteras, sistemas de riego, sistemas de abasto de agua y drenaje y edificios para cubrir las nuevas necesidades de la población, que cada vez más se concentraba en la ciudad de México, se construyeron principalmente con concreto.

La enseñanza de la arquitectura tuvo que adaptarse a la necesidad de crear los nuevos espacios, que requerían sistemas constructivos adecuados. Los estudios de los avances en el concreto, como los que realizaron en el extranjero Carl Zeiss, Roberts y Shaefer y Aimond sobre cubiertas laminares, se incorporaron a los planes de estudio de los dos principales centros educativos: la Escuela Nacional de Arquitectura y la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura, fundada con otro nombre en 1931.

De la nueva enseñanza proporcionada por la primera de ambas instituciones, nació una nueva generación de arquitectos nutridos con la teoría que José Villagrán elaboró con base en el análisis de los principios y las obras de los funcionalistas y el estudio de los requerimientos sociales de un México que se consolidó con el modelo desarrollista.

De 1930 a 1950 se realizaron 20 cambios en el plan de estudios de la Escuela Nacional de Arquitectura. En seis de ellos, los correspondientes a 1930, 1931,1935, 1936, 1941 y 1950, el porcentaje de tiempo dedicado a la enseñanza de la tecnología superó al tiempo asignado al aprendizaje del diseño; en dos ocasiones, durante 1939 y 1944, dichos porcentajes se igualaron, mientras que en los restantes 12 la proporción se invirtió, ocupando el primer lugar la enseñanza del diseño.

Se infiere de esta información que los arquitectos formados durante ésta época, dada la frecuencia de los cambios en los planes de estudio, obtuvieron, en algún momento, un sólido conocimiento acerca de los materiales y procedimientos de construcción que les permitió contar con el conocimiento de las bondades del concreto como instrumento esencial en la etapa conceptual del diseño.

José Villagrán, Enrique de la Mora , Carlos Lazo, Enrique del Moral, Juan Sordo Madaleno, Augusto H. Álvarez, Max Cetto y Mario Pani, este último formado en París, constituyeron la base de la Escuela Mexicana de Arquitectura, cuyos lineamientos se utilizaron para crear la mayor parte de la obra, tanto pública como privada, que se realizó en el periodo.

Los hospitales, las escuelas, los mercados y, por primera vez, las unidades habitacionales, géneros que continuaron siendo patrocinados por el gobierno, destacaron por su calidad y la excelente utilización del concreto. Algunos ejemplos de la obra de los principales realizadores bastan para demostrarlo:

  • José Villagrán, Instituto Nacional de Cardiología (1937), Hospital Infantil (1941), Hospital Gea González (1943), Escuela República de Costa Rica (1945) y, en colaboración con Mario Pani y Enrique Yánez, 588 escuelas para el CAPCE.
  • Enrique Yáñez, Hospital de la Raza (1946-1952) Centro Médico Nacional (1954-1958).
  • Enrique de la Mora, Centro Materno Infantil (1942), hospitales en Puebla y San Luis Potosí (1943).
  • Mario Pani, hospital en Tepic (1943), en colaboración con Enrique del Moral, Escuela Normal para Maestros (1946) y Secretaría de Recursos Hidráulicos (1949), Conservatorio Nacional de Música (1946), Conjunto Habitacional Presidente Alemán (1948), Conjunto Habitacional Presidente Juárez (1950).

Enrique del Moral, Mercado de la Merced (1957). Esta breve muestra -en la que, desde luego, no están incluidas todas las obras, ni tampoco todos los arquitectos representativos de la obra pública de la época- sirve para ejemplificar cómo el contexto socioeconómico y político genera las condiciones para el desarrollo de la obra pública.

Pero los cambios en ese contexto produjeron también un nuevo esquema social compuesto por una minoría de altos ingresos, una clase media urbana formada en gran parte por familias, que de provincia, se desplazaron a la ciudad de México en busca de trabajo, educación y otros servicios que aquí se concentraron y una clase obrera que proporcionó la mano de obra a la industria. Estos actores sociales plantearon nuevas demandas de espacio para diversas actividades y modificaron la fisonomía de las ciudades, principalmente la de la gran capital.

Los edificios de oficinas, los hoteles y las salas cinematográficas sustituyeron en el Paseo de la Reforma a las mansiones porfirianas y convirtieron esta avenida en el paradigma del cambio. Las obras de Juan Sordo Madaleno, Augusto H. Álvarez, Héctor Mestre y Manuel de la Colina, Villagrán y, como digno remate, los museos de Arte Moderno y Antropología de Ramírez Vázquez, dan testimonio de la nueva realidad.

La nueva "aristocracia" se refugió en el pedregal de San Ángel, donde Max Cetto y Francisco Artigas construyeron mansiones de estilo internacional. La clase media vivió en edificios de departamentos, diseñados por Francisco Serrano, Luis Barragán, Enrique del Moral, Max Cetto, Juan Sordo y Augusto H. Álvarez, en colonias como la Juárez y la Condesa y los obreros usufructuaron las ideas de Legarreta, O'Gorman y Álvaro Aburto, quienes formaron parte de la fracción más radical del funcionalismo. La preocupación principal de Juan Legarreta fue proporcionar habitación digna a los obreros que se hacinaban alrededor de las zonas industriales de la ciudad, logrando que se construyeran las primeras series de casas populares en San Jacinto y Balbuena.

En este breve panorama se hace evidente que la arquitectura funcionalista fue posible gracias a dos factores: la estabilidad del contexto socioeconómico y, fundamentalmente, la vinculación del conocimiento de las características del concreto para diseñar los edificios que la sociedad y los individuos demandaban. En todos los géneros estuvieron presentes diversos procesos constructivos del concreto que, literalmente, hicieron la arquitectura. Mención aparte merece la obra de Félix Candela, por ser el punto culminante de la fusión entre el material y su tecnología con el diseño, entre la arquitectura y el concreto.

El dominio de la tecnología del concreto permitió al arquitecto Candela realizar diseños originales para los más diversos géneros de edificios, entre los que se cuentan el restaurante de Xochimilco, la embotelladora de Bacardí, la cimentación del aeropuerto de la ciudad de México y los andenes de la CEIMSA.

Su obra tuvo valiosos antecedentes, como la iglesia de la Purísima Concepción (1946) de Enrique de la Mora, en Monterrey, y felices consecuencias como el paraguas del museo de Antropología (1964) y la alberca olímpica de Manuel Rosen Morrison.

Cuando el conocimiento profundo de las potencialidades del concreto sustenta la concepción de una estructura que en sí misma define un espacio cuyo objeto es despertar la espiritualidad humana a través del goce estético y místico, se logra la conjunción perfecta que engendra una obra maestra como es La Medalla Milagrosa, un templo que se constituye en paradigma de este encuentro de la arquitectura y el concreto

El distanciamiento

A partir de 1970 se suceden múltiples acontecimientos que modifican el quehacer arquitectónico:

a) el advenimiento del neoliberalismo en sustitución de las teorías keynesianas, que conduce a un adelgazamiento de las funciones del Estado y, en consecuencia, de su inversión en obra pública;

b) la asunción del pensamiento posmoderno o crítica al racionalismo puro, nacido desde la segunda década del siglo XX, y la adopción de estos conceptos por teóricos como Robert Venturi, Geoffrey Broadbent, Charles Jencks y Kenneth Framptom, quienes abordan distintos temas de la arquitectura con enfoques parciales que se traducen en una voluntad de cambio formal, sin llegar al problema ontológico de la arquitectura, de la cual aún hoy no hay una definición consensada;

c) la polarización de los estratos sociales;

d) el auge de la demanda de nuevos géneros relacionados con la terciarización de la economía y la cultura consumista, como son los centros comerciales, los parques de diversión, los hoteles y los cines, y

e) la urbanización de la población, la metropolización de las ciudades de México, Monterrey, Guadalajara y Puebla y el crecimiento de las ciudades medias.

También se ubican en este contexto la masificación de la educación superior y la proliferación de las escuelas de arquitectura, que para 1994 ya suman más de 104, de acuerdo con la evaluación hecha por los comités de Arquitectura, Diseño, Arquitectura y Diseño, pertenecientes al Comité Interinstitucional de Evaluación de la Educación Superior (CIEES).

La tendencia general en las escuelas de arquitectura es reducir la formación tecnológica y dar énfasis a la enseñanza del diseño con el tradicional método basado en aprender de los profesionistas en ejercicio.

Este tipo de enseñanza ha traído como consecuencia una dicotomía entre la investigación tecnológica y la formación de los arquitectos, quienes a menudo opinan que "los ingenieros nacieron para resolver los problemas técnicos de los arquitectos", sin percatarse de que el conocimiento tecnológico es un instrumento esencial en la solución de los problemas de diseño arquitectónico. También es frecuente la consideración de que el diseño es una actividad creativa que depende del talento natural de quien lo ejerce, pero el diseño arquitectónico es un proceso epistemológico que debe resolver problemas para crear los espacios con las condiciones óptimas para que el ser humano desarrolle todo tipo de actividades, y es precisamente la tecnología la que permite al arquitecto tener la versatilidad conceptual que se requiere para obtener las respuestas correctas.

Esta limitación en la formación de los arquitectos se nota en la arquitectura producida desde 1970, cuyas innovaciones tecnológicas se reducen al uso de productos prefabricados y concretos mejorados en su resistencia o con alguna cualidad particular. Ejemplos notables de esta época son el Colegio Militar (1976) de Agustín Hernández y el Colegio de México (1975) y la Universidad Pedagógica de Teodoro González de León, cuyo sello peculiar es en ambos edificios el terminado del concreto. El edificio del Congreso (1982), la Basílica de Guadalupe, el Estadio Azteca de Ramírez Vázquez, el Centro Cultural Alfa (1978) de Fernando Garza Treviño, el Centro Cultural Universitario de Orso Núñez y Arcadio Artís (1976), centros comerciales entre los que destaca Perisur, de Sordo Madaleno (1981), los edificios corporativos en el desarrollo de Santa Fe y el Centro Nacional de la Artes (1994), donde se reúnen las obras de Teodoro González de León y Ricardo Legorreta, en las que se hace evidente la preferencia por el concreto, y las de Luis Vicente Flores y Enrique Norten, arquitectos más jóvenes que donotan la influencia extrajera en su preferencia por las estructuras metálicas.

La mención aleatoria de estas obras tiene como propósito mostrar que, a pesar de que la forma externa de la arquitectura es el elemento más importante en todas las corrientes estilísticas posteriores al funcionalismo, que se incluyen en la denominación genérica de posmodernas, los procedimientos y técnicas de construcción a base de concreto no evolucionaron notablemente, aun para la realización de formas geométricas complejas.
Los principios utilizados son los mismos que se generaron en la primera mitad del siglo XX, llegándose al extremo de preferir la estructura metálica no sólo como elemento de soporte sino también como decoración.

Esta observación requiere un estudio más profundo para verificarla y, fundamentalmente, para explicar sus causas reales. Sin embargo, es posible suponer con un alto grado de probabilidad que los motivos principales son:

a) la reducción de la formación tecnológica en los planes de estudio de las escuelas de arquitectura y su falta de articulación con la materia de diseño,

b) la carencia de vinculación de la investigación del concreto con los nuevos requerimientos de la arquitectura,

c) el desarrollo de la investigación dirigida a temas específicos tales como la elevación de su resistencia.

Como en el caso de muchas parejas que permanecen largo tiempo unidas, la rutina y la falta de interés real en el crecimiento y la realización del otro conducen a un empobrecimiento de la relación y al distanciamiento. De esta manera, la plena conjunción logrado en la obra de Candela se desvanece, y el concreto va perdiendo su capacidad para comprender y sustentar los requerimientos de la arquitectura.

El concreto es aún el material fundamental, pero ahora también contribuye a un aspecto negativo: los bloques de cemento y la losa monolítica son los materiales y procedimientos preferidos de la autoconstrucción. Además, los asentamientos ilegales se regularizan cuando cuentan con techo de concreto, y en las comunidades que disponían de eficientes habitaciones tradicionales, se considera como elevación de estatus tener una casa con losa de concreto. Todo esto tiene como resultado los enormes conglomerados urbanos que carecen del menor orden y son expresión de la separación entre el gobierno, la academia y los requerimientos sociales, circunstancia que tiene efectos muy nocivos en la calidad de vida de sus habitantes, en el medio ambiente y en la estructura urbana.

La esperanza

Un nuevo encuentro que promueva el crecimiento tanto de la arquitectura como del concreto necesita, además de buena voluntad, el reconocimiento de los errores y sus efectos, así como la construcción de metas comunes. El concreto debe comprender la naturaleza y función de la arquitectura en el contexto actual y mediato, y la arquitectura debe a su vez indicar el camino a la investigación para hacerla pertinente a sus requerimientos e impulsar los cambios, tanto en sus características físicas como en su tecnología.

Las escuelas, los fabricantes, los investigadores y los profesionistas son las instancias que, reunidas, deben promover esta reconciliación, considerando que el conocimiento de los materiales y sus potencialidades es uno de los instrumentos más valiosos para resolver integralmente los problemas del diseño arquitectónico.

La versatilidad y eficiencia del espacio creado para proporcionar las mejores condiciones de habitabilidad dependen en gran medida del conocimiento tecnológico con que cuente el arquitecto; sin esta conciencia, la arquitectura seguirá siendo la repetición de soluciones calificadas de exitosas por su calidad estético-formal, situación que frecuentemente encubre una mala o nula solución del problema real.

Cada problema de diseño arquitectónico es irrepetible, por lo que requiere una correcta formulación y el conocimiento de los recursos para llegar a una solución original, no como una forma artística, sino como la respuesta óptima a un problema específico.

Como en el caso de las parejas, este camino no es sencillo, pero conocer y aceptar los errores es un buen principio para reconstruir una relación plena y fértil que genere los espacios que la compleja naturaleza humana merece para el desarrollo de todas sus potencialidades

Bibliografía

Alva, Ernesto, "La práctica de la arquitectura y su enseñanza en México", en Cuadernos de Arquitectura y Conservación del Patrimonio núm. 26- 27, INBA, México, 1983.

Barrios, Dulce María,"La formación del arquitecto en México, en el contexto socioeconómico mediato", tesis doctoral, UNAM, México, 1995.

Framptom, Kenneth, Historia crítica de la arquitectura moderna, Gustavo Gili, Barcelona, 1980.

Katzman, Israel, Arquitectura contemporánea mexicana, INAH, México, 1963. Toca, Antonio, Arquitectura contemporánea en México, UAM-AZ, Editorial Gernika, México, 1989.