Felix Candela Una luz en el corazón
Por Enrique Chao

En el comienzo de la arquitectura moderna, el acero impulsó a los constructores a buscar nuevos modelos, los cuales pudieron materializarse en sus formas más extremas gracias a otra innovación, una que envolvía al metal: el concreto armado.

A partir de entonces, la audacia siguió a la fantasía y los materiales se ajustaron a todos los esfuerzos, volviéndose equilibrios y armonías. Ya no existían límites para la organización de los espacios; nada que impidiera evolucionarlos hacia otros contornos Uno de los principales detonadores de esa transformación fue, desde la década de los 50, Félix Candela Outeriño, a quien se le recuerda por sus paraboloides hiperbólicos (“denominación complicada abreviada por los estadounidenses con el término hypars, hyperbolic paraboloids), por sus estructuras atrevidas y también porque, entre otros galardones, ganó el Premio Augusto Perret (en 1961) que se otorga a los más destacados constructores de concreto armado.

“Félix Candela Outeriño, arquitecto hispano-mexicano nacionalizado estadounidense, ha sido una de las figuras más destacadas del siglo XX en el desarrollo de nuevas formas estructurales de hormigón armado. Hace unos meses sus huesitos se agitaron en la tumba. ¿Por pura indignación? Unos ignorantes habían derribado sus obras en el Casino de la Selva ¿Habría que recordarles quién fue Félix Candela?.

Aunque comparte con Buckminster Fuller la capacidad de innovación en el terreno estructural, su carrera arquitectónica está más asociada a la del italiano Pier Luigi Nervi, que también investigó en el campo del hormigón armado desde su doble condición de arquitecto y promotor. A Félix Candela le tocó vivir años difíciles. La Guerra de España le rozó el alma, y la emigración
lo dejó marcado. Nació en Madrid el 27 de enero de 1910, y luego de una infancia risueña y despreocupada estudió sin sosiego. Se cuenta que no sintió una vocación tan definida como la que narran haber sentido otros arquitectos o ingenieros famosos, urgidos desde pequeños por el ansia de construir.
Él escogió la carrera de arquitectura más bien por casualidad, o por
consejo de algún amigo, porque ni siquiera era buen dibujante. Eso sí, lo suyo eran las matemáticas y, sobre todo, la geometría. “Más tarde –anota uno de sus biógrafos- comprendió que su verdadera vocación bien pudo haber sido la ingeniería estructural.”

INGENIEROS CONTRA ARQUITECTOS
En su época de estudiante, las profesiones de arquitecto e ingeniero estaban confrontadas, como todavía ocurre por razones inaceptables, en algunas facultades provincianas.

De hecho, aún hay arquitectos que critican a Candela porque, según ellos, “no terminaba sus obras” y nunca se preocupaba por “los acabados”, aunque admiten que era un buen “estructurista”. Y por otro lado, desde la orilla de la ingeniería, tampoco le va bien. Algunos ingenieros no sólo lo critican porque no contaba con un título de ingeniero, sino “porque no sabía calcular sus estructuras”, operación –dicen- que efectuaba “a ojo de buen cubero”. No saben que en Madrid, en la Escuela Superior de Arquitectura, se les exigía a los arquitectos estudios de ciencias exactas. Además, aprendían Teoría de la Elasticidad, un verdadero escollo para los estudiantes.

Por eso, Candela desarrolló una profunda devoción por la geometría descriptiva, aunque nunca sintió proclividad por la matemática pura.
Su inteligencia visual y su talento para la geometría analítica y la trigonometría llamaron la atención de Luis Vegas, su maestro de Resistencia de Materiales, quien al apreciar sus facultades lo hizo su «ayudante”. Una vez graduado, Candela dio clases a sus compañeros y empezó a recibir encargos para calcular estructuras de acero y concreto. De acuerdo con otros comentaristas “Candela heredó de su maestro Eduardo Torroja algunos de los fundamentos de su obra: la idea de que el ingeniero ha de ser un poeta, la convicción de que la estructura depende de la forma más que del material empleado, y la línea de investigación sobre cubiertas ligeras de hormigón armado”.
Por entonces, para ganar una beca presentó la tesis: “La influencia de las Nuevas Tendencias en las Técnicas de Concreto Armado sobre la Forma Arquitectónica”. Al año siguiente, en 1936, justo en los días que escogió para ir a estudiar con los más connotados especialistas en cascarones de Alemania: Dischinger y Frinsterwalder, la Guerra de España se desencadenó de improviso, hecho que materialmente no lo dejó ni subir al tren.

EL AZAR Y LA NECESIDAD

Según describe uno de sus numerosos biógrafos, Candela no lo tomó a mal y se refirió al hecho como un ejemplo de la suerte, de “estar en el lugar y el momento preciso, porque si no logré beneficiarme con las sabias enseñanzas de los profesores alemanes, absorbí algunas de las lecciones impartidas por la revolución y la guerra civil, que me fueron mucho más útiles”.
Con su hermano Antonio se adhirió al lado republicano, ingresó en el ejército español como alférez de artillería y fue incorporado a la Comandancia de Obras en Albacete, donde más adelante sería nombrado capitán de ingenieros. Cuando los acontecimientos se hicieron insostenibles tuvo que retirarse hacia los Pirineos.
En Perpignan, justo.
en la frontera con Francia, Candela fue recluido en un campo de concentración por cuatro meses, esperando ser acogido por alguno de los pocos países, como México, que recibían refugiados. Por suerte, su nombre fue extraído de entre otros muchos (escogido de entre 70 mil prisioneros), y arribó a Veracruz en junio de 1939.

Poco resignado a su condición de emigrado, Candela inició un largo
camino, siempre cuesta arriba, para adaptarse (tardó diez años en hacerlo). Primero consiguió un puesto en una colonia de españoles al norte de Chihuahua. Ahí se casó con Eladia Martín, una chica que ya había conocido en Madrid. Ambos adoptaron la nacionalidad mexicana, y de ese matrimonio nacieron sus cuatro hijas, Antonia, Teresa, Pilar y Manola.

LA VIDA EN MÉXICO

A inicios de los años 40, Candela trabajó en Acapulco, que se había puesto de moda, donde erigió algunas mansiones, una casa de departamentos y muchas cabañas en el Hotel Papagayo. Años después, colaboró con Jesús Martí, otro refugiado como él, pero que ya se había establecido en la ciudad de México.
Con él levantó más residencias, como una en Tepozotlán y reconstruyó en Cuernavaca el Hotel Casino de la Selva, en donde hace poco, para edificar una tienda Costco se produjeron numerosas protestas de grupos diversos por el derribo vandálico, sin respeto al patrimonio cultural que albergaba dicha construcción.

Muy propenso a la lectura, Candela “era un autodidacta insuperable”; aprendió varios idiomas y se mantuvo al día con artículos técnicos de su profesión. En una oportunidad tuvo acceso a un artículo del Journal of the American Concrete Institute (ACI) que mostraba la construcción de losas dobladas y sus implicaciones. Revisó sus apuntes de juventud, recopiló artículos sobre cascarones, “siempre con la idea en la cabeza de que estas estructuras podían ser analizadas por métodos más simples que el clásico”.
Carlos Ruiz, en su recomendable biografía virtual de Félix Candela (http://www.geocities.com/SoHo/Gallery/1608/candela.html) recuerda que “el primer contrato fue un bloque de departamentos de
renta baja, con una bodega en el piso inferior. Sus cálculos estructurales fueron difíciles y llevados a cabo hasta el más mínimo detalle”. Candela todavía “tenía fe en la exactitud de los cálculos”.
El mismo cliente le solicitó después la construcción del Hotel Catedral, en la calle de Donceles. “Su estructura fue de acero, pero su fachada, tradicional, en relación con la arquitectura colonial del rumbo.
La cimentación fue perfilada por Nabor Carrillo (más adelante rector
de la UNAM), y casi no se lleva a cabo ya que hubo que escarbar cinco metros de profundidad, dos metros abajo del nivel del agua”.
En Guamúchil, por cuenta propia, construyó un hotel y un cine.
Con lo que ganó pudo traerse a la familia de España; a su madre, a su hermana Julia y a su hermano Antonio, a quien convenció de que trabajaran juntos.
Por entonces fundó una empresa especializada en la instalación de estructuras industriales: Cubiertas Ala (1950), en sociedad con los hermanos arquitectos Fernando y Raúl Fernández Rangel, quienes lo habían reinducido en el tema de los cascarones. Sin embargo, esta sociedad se disolvería tres años más tarde, aunque la empresa perduraría hasta 1976, con Antonio Candela al frente (cabe aclarar que Félix se apartó de la firma en 1969).
La constructora sumó durante 20 años numerosos éxitos. Según Luis Basterra, que catalogó la obra de esta compañía, de 1439 proyectos elaborados, pudo concretar alrededor de 896. Una gran parte de esa obra fue de carácter industrial:
“y adoptaban esas formas muy co
nocidas de paraguas que se aprecian todavía en algunas gasolineras y estaciones de servicio del DF”. La más notoria de todas fue el Palacio de los Deportes, en la Olimpiada de 1968.

LA OBSESIÓN POR LAS ESTRUCTURAS

Su mayor aportación en este ámbito fueron sin duda las estructuras
en forma de cascarón, generadas a partir de paraboloides hiperbólicos, una forma geométrica de una eficacia extraordinaria que se han convertido en el sello distintivo de su arquitectura.
Juan Antonio Tonda, uno de sus discípulos, destaca en la biografía
que le dedica (Félix Candela. Círculo de Arte, CONACULTA), la importancia de las estructuras en la obra de Candela: “…sí podemos afirmar que, en cuanto a estructuras, Félix Candela no levantó edificios altos, con columnas, trabes, entrepisos y las complicadas cimentaciones que se requieren para soportarlos y evitar que sismos y hundimientos los dañen. Candela –continúa Tonda sólo incursionó en las ‘cubiertas’ de concreto que se conocen coloquialmente como ‘cascarones’ –por su similitud con la dura membrana exterior del huevo- y se aplican de modo muy generalizado en fábricas, templos, centros deportivos y, por lo común, en todas las construcciones que sólo tienen un techo, como indica la palabra cubierta…”
El Pabellón de Rayos Cósmicos (1952) para la Ciudad Universitaria de México, con su cubierta ondulada de hormigón de tan sólo 15 mm de espesor, fue uno de los edificios más emblemáticas de su obra. Con su forma característica de nave espacial que acaba de aterrizar, fue la primera estructura aclamada por todos. Se puede asegurar que ese proyecto lo impulsó a la fama. Más seguro de la importancia de su trabajo, Candela empezó a escribir artículos y se propuso dar a
conocer su obra “estructurística” a través de medios tan prestigiados como el A.C.I. Journal del American Concrete Institute. Por ejemplo, «Estructuras Simples de Concreto », o un ensayo que presentó en 1951, «Hacia una nueva Filosofía de las Estructuras», en el II Congreso Científico Mexicano.

“Siempre con una actitud rebelde y un vigoroso espíritu crítico, Candela empezó a obtener fama internacional y a divulgar sus conocimientos en congresos a los que asistía y en conferencias que impartía”, acota al respecto Tonda, quien desribe que Candela continuó buscando más simplificaciones para el diseño. “La estructura más sencilla
creada con los hypars fue el paraguas, cuya planta rectangular abarca cuatro mantos que se juntan al centro en cuatro rectas inclinadas y una sola columna central que aloja la bajada pluvial”.

El de las Aduanas, por ejemplo, fue importante porque su diseño se condicionó a la necesidad de construirla sistemática, rápida y económicamente. La ingeniosa solución al problema constructivo hizo parecer triviales a sus obras anteriores. Candela llegó a ser conocido como el principal diseñador de cascarones en el mundo e invitado a dictar conferencias en numerosas universidades, principalmente en Estados Unidos. Candela quiso exagerar la forma del paraguas para obtener nuevos efectos. Este fue el origen de la iglesia de la Virgen de la Medalla Milagrosa (1954), en la colonia Narvarte, que iba a ser su estructura más conocida. Bajo cuyas bóvedas dobladas se configura un espacio que recuerda de algún modo las construcciones de Antoni Gaudí.
Hacia 1955 proyectó con Enrique de la Mora y Fernando López Carmona una serie de estructuras, entre ellas, la Capilla del Altillo, que resultó una concepción completamente diferente a la del templo de la Medalla Milagrosa. Con los mismos intérpretes, pero con otro son, erigió el edificio de la Bolsa de Valores, precursora de una tendencia particular que mantuvo “encandilado” a Candela: el desarrollo del borde libre. Desde entonces, todas sus estructuras adoptaron esta característica, aunque el restaurante Los Manantiales, de Xochimilco, construido entre 1957 y1958, es probablemente el ejemplo más decantado del mismo. Ese mismo año, Candela construyó una quinta mediterránea para él y su familia en Tlacopac, al sudoeste de la ciudad de México.

LA CONQUISTA DEL MUNDO

Más tarde, Candela experimentó una profunda transformación profesional y creativa que lo alentó a abandonar su trabajo de ingeniero y concentrarse cada vez más en la arquitectura. Se trasladó a Chicago y fue profesor de tiempo completo en la Universidad de Illinois, desde 1971 hasta 1978, cuando adoptó la nacionalidad estadounidense.

Pero no dejó de lado su trabajo creativo. Se asoció con una constructora con sede en Toronto y participó en ambiciosos proyectos, inclusive en España donde participó en un proyecto del estadio de fútbol de Madrid “Santiago Bernabeu”, que no se llevó a cabo; en la Ciudad Deportiva de Kuwait; en el Centro Cultural Islámico de Madrid, y en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia (“donde se confeccionaron réplicas de las estructuras de bordes rectos, con picos, a diferencia de Los Manantiales, que fueron curvos), espacio que incorporó un gran parque oceanográfico en el que también participó el destacado arquitecto-ingeniero Santiago Calatrava.
Afectado por una dolencia cardiaca, Candela regresó a Estados Unidos, a Carolina del Norte, donde residía, y falleció en 1997.

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