LA UTOPíA DEL ARQUITECTO
Frank Lloyd Wright y la ciudad viviente
Por Mauro Barona

El marco de la exposición es dinámico, volumétrico, de tres dimensiones o más; con cajas de luz como soporte de sus estupendas acuarelas y planos, hermosas maquetas de gran tamaño, fotos en sepia o en blanco y negro, mobiliario diverso y una muestra de acabados en piedra, aparte de sus características ventanas.

Toda esta parafernalia sigue la evolución de Wright, desde su ruptura con el estilo clásico (predominante a comienzos del siglo pasado), hasta sus más avanzados proyectos: por ejemplo, un inmenso rascacielos de una milla de altura que nunca se llevó a cabo, o bien su trazo urbanístico futurista, el de la "Ciudad Viviente", en la que resume su visión de la "ciudad orgánica".

El Museo de Arte Moderno se viste de gala y abre una de sus salas a la visión y la obra de Frank Lloyd Wright (1867-1959), uno de los constructores más dotados y prolíficos de la historia.

Wright fue el arquitecto por antonomasia. Su carisma cautivaba tanto a los jóvenes arquitectos como a sus numerosos clientes, y su figura, elegante, con boina y grandes abrigos, llegó a ser tan conocida como la de un artista de cine. En materia de construcción, hizo de todo, desde viviendas unifamiliares, muebles, telas y objetos decorativos, hasta templos, hoteles, grandes desarrollos urbanos, espacios comerciales y complejos edificios de oficinas.
Sus conceptos en torno a su oficio tienen, como todo lo que produjo, cimientos muy firmes: "A medida que se vayan construyendo bellos edificios -decía-, la gente empezará a mirarlos para intentar comprender el secreto que los mantiene jóvenes y funcionales, y de ese modo, no dejará que mueran. Un principio nunca muere, aunque las personas que lo practican sí lo hagan..."
Al invocar su nombre, cualquier persona medianamente informada podía describir con cierto detalle algunas residencias y edificios famosos levantados por el arquitecto en sitios tan "difíciles" como un bosque, un desierto o una jungla de asfalto. Gracias a su portentosa imaginación, y al empleo de nuevos materiales, como el concreto y el vidrio, algunas obras suyas, como la "Casa de la cascada", en Pensilvania, el Museo Solomon R. Guggenheim, en Nueva York, en plena Quinta Avenida, o Taliesin III, en Spring Green Wisconsin, se mantienen como espacios de culto.
El paso del tiempo ha respetado la mayor parte de sus creaciones (y el tiempo, además, le ha dado a Wright la razón). Una legión de discípulos y admiradores, generación tras generación, ha cuidado sus trazos, sus doctrinas, sus planos, sus proyectos, sus dibujos, sus pensamientos y sus acuarelas.
"La forma es a la vida lo que la vida a la forma -escribió alguna vez-. En otras palabras, la naturaleza de las cosas tiene su propia expresión acorde con los materiales, el método y el hombre. Y cuando la construcción presenta ese carácter, es hermosa. No puede faltar a la belleza porque mantiene la misma cualidad del árbol, las flores o el ser humano. La arquitectura orgánica asume ese pensamiento desde el interior de la naturaleza de las cosas.
"Se trata de un estudio profundo de la naturaleza. Y a partir de todo ello se proyectan estos efectos, ideas y estructuras en un espíritu tangible, de modo que la vida se vive en ellos y la arquitectura se convierte en una experiencia. Todo esto es genuinamente constructivo y nuevo en la historia de la cultura en el mundo, a la vez que se irá realizando cada vez más a medida que vaya desarrollándose y se reivindique".
Las obras de Wright generalmente disponen los espacios para colar la luz, o para reposar las sombras y para quitar las barreras de las paredes planas, de las tradicionales "cajas de zapatos" de los edificios hechos al por mayor de aquellos años. Nuevos materiales y texturas se convierten en sus aproximaciones sucesivas al futuro, que, paradójicamente, es donde nosotros vivimos ahora.
En los documentales de la exposición (hay varios televisores para ver algunos videos del gran arquitecto) destaca otro rasgo de Wright: se comenta en ellos que daba instrucciones precisas a los albañiles para cuidar detalles como las diferencias de color del mortero.
El sabor que prevalece después de la visita es el del asombro: "¡Qué padre! ¿Por qué el porvenir no se dio como lo había planeado Wright?" La muestra ofrece escenarios surgidos de una novela de ciencia-ficción, o tal vez mejor, de un espacio que aún podría darse en el futuro, cuando todo se parezca más a la utopía, al sueño de un visionario, como dicen que fue Frank Lloyd Wright.
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